¿HIJOS DE DUNAS O HIJOS DE NUBES?

–   En las dunas nacemos, convivimos, y morimos, incluso en nuestra niñez, bebés, confundidos con la arena, la comíamos como si fuera chocolatina. Las dunas son nuestro mundo real…

Bachir Edkhil*

ALGUNOS, POR EXOTISIMO, o quizás por otras razones que no caben aquí, insisten en pretender identificar “nuestras diferencias” del resto de la trashumancia del gran desierto del norte de África, con el manifiesto propósito de marcar y subrayar nuestras particularidades del contorno (que solo observan ellos mismos), y nos llaman “hijos de las nubes”[1].

En realidad, pocas son las nubes que nos puedan parir (con perdón), pues lo que más escasea en el desierto son las nubes. Son enrarecidas y muchas veces agotadas, estériles y efímeras.  Sin embargo, si habría que recordarnos por algo, lo más sensato seria por hij@s o herman@s o parientes de las dunas, que a las respetables y desaparecidas nubes.

En las dunas nacemos, convivimos, y morimos, incluso en nuestra niñez, bebés, confundidos con la arena, la comíamos como si fuera chocolatina. Las dunas son nuestro mundo real, y todo lo que acontece allí en ese desierto, tan profundo y basto, está relacionado de un modo u otro con las dunas. Esas dunas doradas y ordenadas como un ejército que se desplaza, cada segundo, en impecable formación y armonía. Son el verdadero corazón del desierto. Ellas también son seres vivientes, al igual que nosotros mismos, se trasladan y se multiplican, y son el sustento principal de todas esas tormentas de la arena que su alcance lo llaman nuestros vecinos canarios “calima”.

En Canarias, dicen en broma que cada vez que cuando los moros sacudimos nuestras alfombras, al otro lado del océano que nos separa, reciben, ellos, su parte del polvo del desierto, y sus bonitos coches y limpios y ordenadas casas se cubren, sin desearlo, con ese color ocre distintivo del desierto. Ese mismo polvo, en suspensión, que se forma a raíz de las arrancadas de las frecuentes tormentas de arena se atreven a atravesar el océano Atlántico con el noble propósito natural de alimentar, con sales y minerales, a los pulmones del continente americano, a las grandiosas amazonas.

Nosotros saharianos, al igual que nuestras madres dunas, somos beduinos trashumantes. Incluso hoy en día, a pesar de los medios del progreso occidental, algunos de nosotros, de nuestras tribus, conservan con pasión el primer modo de proceder y moverse de los humanos, para ganar el sustento diario o salvaguardarse del peligro: ¡la trashumancia!

Podríamos ser los inventores primeros de ese fenómeno tan natural, como nosotros mismos, que consiste en el traslado permanente detrás de nuestros animales, (como único bien material), en la búsqueda de seguridad o de alimentos. Hoy bautizado con globalización. La persona humana nace viajando y muere viajando. Es decir, todos viajamos, y, quizás, el destino con destina a residir en algún lugar que innumerables veces no nos conviene, y por razones extremas escogemos o nos escoge. Nadie desea dejar su casa y los suyos e instalarse, como puede, en cualquier lugar del planeta que antes ni siquiera conocía de su existencia y en el anonimato y el aislamiento cultual más primario, y partir para siempre. ¡Qué dolor!

Estamos condicionados por circunstancias ajenas a nosotros mismos. Los más pobres de nosotros son tratados de inmigrantes ilegales, y son la porción humana que más se muere en los mares y océanos y desiertos inhóspitos, o en las fronteras más férreas entre países, o en el intento de atravesar muros y vallas, que separan unos de otros, en nombre del desarrollo y salvaguardar las fronteras nacionales. En este dramón que acontece a diario, desde la existencia de la persona humana sobre la faz de la tierra hasta hoy, morimos, sufrimos, nos vejan, nos discriminan, etc.

Ese caminar, traslado continuo, flujo de personas y bienes, le acompaña por supuesto relatos varios de la travesía. Cada cual posee en el imaginario su propio relato, o se lo inventa o se lo imagina, o es su propia realidad. Por lo general, cuantiosos relatos, contados por terceros, son más imaginarios que reales, y suelen impregnarse de sentimientos exóticos o de rechazo al otro, y para colmo, algunos de sus autores, por infortunios, no son muy diestros, digamos, en los idiomas o dialectos locales y las costumbres de esas personas o comunidades que describen.

En verdad esa parafernalia se ha convertido en un modo de activismo político ideológico que pretende que toda la humanidad asuma un solo relato, una sola visión.

La desgracia para nosotros, los originarios del desierto, nuestros relatos no los escribimos nosotros. Nos los escriben extraños como les apetezcan y sin nuestro permiso.  Nuestros destinos suelen determinarse, incontables veces, gracias, a esa (des) información transmitida o escrita por extraños, que se toman la responsabilidad exclusiva de contar nuestras propias historias (o lo que suponen ellos que lo son).

Entiéndase que aquí que no se pretende arrogar la exclusividad del relato, sino en pedir objetividad y modestia en cuanto a muchos planteamientos que nunca se han constatado de modo verídico y correcto. No confundir el sentimiento producto de efectos del exotismo, o dejarse llevarse por la influencia de algún que otro relato tendencioso.

De este modo, desde la aparición del extranjero[2] como intruso, no como amigo, en nuestras vidas, sea cual fuera la razón que justifique su presencia, nuestra vida ha sido tratada desde un solo punto de vista, analizada desde un solo ángulo, vista desde una sola verdad imperante e inmutable, mientras que la verdad, como dijo alguien, tiene cuatro esquinas.

El relato único origina y acarrea, a todas luces, mucho daño. Es como si fuera que esos pueblos o comunidades existieran solo después de la llegada del colonialismo “civilizador”. Como si carecían de voz, de visión, y lo único que les pueda identificar es ese relato extraño, hilvanado por los ojos del espectador extraño a la comunidad.

Lo cual desvió, en cierto sentido, la historia, las relaciones humanas, familiares y de grupos, destruyó sus tradiciones y modus vivendi ancestrales, manoseó sus vidas como le viene en gana, como descuartizó sus tierras, y construyó vallas infranqueables entre hermanos, primos, tribus etc., y eso lo llamaron irónicamente “emancipación de los pueblos”. ¿De qué pueblos?  

Y uno de los crímenes más imperdonables cometidos por ese modo de proceder colonial era el modo, por supuesto artificial, del trazado de fronteras (nuevas). Con reglas y cartabón, se diseñaron las nuevas fronteras en medio de la nada y sin pretextos lógicos, ni sociológicos, geográficos, económico etc.

Ancestros de algunos de los que hoy pretenden defender los derechos humanos y autodeterminación, con sus instituciones y organismos, convirtieron nuestras tierras en focos de conflictos eternos y por vida. Diseminaron pueblos que antes no existían como tales, constituyeron Estados fallidos, inventaron historias que tampoco eran verdades, Con ideas ingeniosas y raras nos rompieron el corazón, al menos en dos. Sembraron la discordia para la eternidad. De esta forma nos inventaron la guerra continua, cuyas armas las compramos de los mismos, apoyados y financiados también por los mismos, para siempre. Y lo malo de todo es que han creado sus propias leyes, que ellos mismos nos obligan a aceptar y acatar como ellos mandan, en este mundo, tan injusto, tan mezquino y tan inviable. Son jueces y partes. Vean lo que está pasando en los algunos de los países del Sahel, en Libia, y en muchos otros lugares.

Somos, pues, beduinos, que nos matamos con armas que no fabricamos, por conceptos extraños, con ideologías foráneas, y con esperanzas ilusorias. Hasta el nombre nos lo han cambiado.  Nada es nuestro, excepto ser carnes de canon, y merecer el apodo exótico de ser hijos de las nubes. Es una ironía que oculta una paradoja cruel y macabra: las nubes en el desierto casi no existen, y si lo fueran desaparecen muy rápido como llegaron. Son efímeras y raras. Pero podría entenderse también, por otro lado, como si nunca tenemos fronteras, eso mismo: como las nubes que no tienen limites en el espacio ni fronteras. Un verdadero caos.

Hijos de las nubes es la forma más poética, digamos, de ese relato exótico que nos quiere engalanar con un halo majestoso y único del resto del medio. No obstante, se olvida que somos polvo y volvemos a serlo, aparte de ser tribus distintas desparramadas por doquier, y, por lo tanto, nuestra propia identificación no puede excluirse de la influencia del polvo de las dunas y de sus granos, que nos entonan esa musicalidad mística, diaria, necesaria para la existencia de la persona del desierto, que ser hijos e hijas de las nubes. Somos, pues, descendientes de esos médanos de dunas que conviven con nosotros eternamente. Somos de las dunas, y de esas tierras que no les convencen fronteras artificiales ni diferencias inventadas, que no en verdad no existen.

Todos y todas somos beduinos y beduinas y pertenecemos a la misma tierra, a la misma idiosincrasia y forma de ver y sentir la vida. No somos ni mejores ni peores que los otros. Ese es nuestro orgullo.

 

*Bachir Edkhil, hispanista de origen magrebí. Activista en pro del desarrollo sostenido y responsable de las bases de la pirámide donde los más afectados puedan participar en la solución de sus problemas inherentes al subdesarrollo y carencia de medios. Estudió Ciencias de la Educación, Estudios Hispanos y Ciencias Políticas. Colaboró en la formación y desarrollo de organizaciones sin ánimo de lucro en pro del respeto a la vida humana. Columnista en revistas marroquíes e hispano marroquíes. Participa en cursos y mesas redondas sobre el Sáhara, en España y países del mundo. Investigador sobre cuestiones saharauis y autor de artículos para prensa. Conferencista en radio y televisión. Organiza con la Universidad Mohamed V congresos académicos “Entre dos orillas” para fomentar diálogo entre pueblos y naciones del Sur. Comprometido en el desarrollo de una red de proyectos para la economía social en el saharaui para personas sin recursos. Es politólogo, experto en economía social y presidente de Alter Forum, la ONG líder en el Sahara. Es diplomático correspondiente de la Academia Española del Reino de España. Autor del libro Duna Desnuda y de Escribir sobre dunas (Sahara). Colaborador en La Voz del Árabe.

[1] En esto, por supuesto, se excluyen algunos autores y autoras, bien intencionados, que usaron la terminología “hijos de las nubes” sin segundas intenciones, y han realizado excelentes trabajos académicos.

[2] Entiéndase por colonialismo y sus consecuencias

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Imagen: LVÁ       

La Voz del Árabe (LVÁ) – EDITORIAL – Cd. de México, septiembre 5 del 2022

 

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