EL TRI-ORIGEN DEL DÍA DE MUERTOS
– Los difuntos eran honrados por los antepasados nahuas en el noveno mes de su calendario: Miccailhuitontli en náhuatl y traducido como “Fiesta de los Muertos Pequeños” y la “Huey Miccaihuitl” o “Fiesta de los Muertos Grandes”.
Alan Mac Donald*
Toda cultura posee ritos fúnebres, principalmente para despedir a los seres que fallecen, ofrecer resignación a quienes sobreviven al difunto y reflexión sobre nuestra propia muerte. Los más antiguos vestigios nos remontan a los antiguos tibetanos1 y egipcios.2 De variadas formas se pintan los cuadros que retratan los paisajes de despedida a nuestros seres difuntos, inmolación, entierro, preservación craneal e incluso hasta canibalismo. Todos estos ritos marcan nuestra concepción sobre el concepto de “muerte” y lo que pudiera existir más allá.
Popularizada tradición por el popular escritor Octavio Paz en su obra “El laberinto de la soledad”, la celebración del “Día de Muertos” en México se pinta colorida, fiestera y un tanto satírica, un espacio donde la muerte pierde significación ante el mexicano.3 No obstante, tengamos en consideración que los orígenes de la celebración datan de un tiempo más antiguo de lo que podemos pensar, probablemente en tierras lejanas al continente americano, orígenes desenterrados y preservados de mano en mano y, aunque la intención esencial se mantiene, la riqueza cultural ha dotado a esta celebración de una belleza peculiar que se traduce el día de hoy en anaranjados paisajes, perfumados con deliciosas esencias que nos remiten a costumbres que asociamos con épocas prehispánicas.
La celebración del “Día de Muertos”, sin embargo, podría tratarse de un triple sincretismo, para entenderla tenemos que comprender las formas de la Iglesia Católica que influía enormemente en la historia de Europa y, por consecuencia, habría de influir también en América. Las dos fiestas a las que se asocian esta festividad son “El Día de los Fieles Difuntos” y “El Día de Todos los Santos”. A pesar de que siempre se conmemoraban los rezos por los difuntos dentro del cristianismo, para entender la gran popularidad de la fiesta de los “Fieles Difuntos”, debemos tener en consideración varios antecedentes importantes, el primero de ellos se remonta al año 998, en el cual el abad de Cluny promovió la celebración de una misa para los difuntos los días 2 de noviembre.4
El segundo antecedente se entiende bajo las formas de adaptación de diversas festividades consideradas “paganas” para la Iglesia Católica del medievo en conjunto con la céltica tradición de origen irlandés del Samhain. Dicha celebración anunciaba el final del verano y era una fecha en la cual se creía que una puerta era abierta y las almas de los muertos arribaban al mundo de los vivos, conviviendo con ellos durante la noche, en esta, los mummers o guisers, mantenían las almas y espíritus a raya valiéndose de intimidantes máscaras.5 Esta tradición habría de llegar a Estados Unidos y convertirse en Halloween, de ahí que los niños se disfracen durante esta fecha al igual que los mummers.
Estos dos antecedentes fueron creando y extendiendo la tradición de la fecha conocida como el “Día de los Fieles Difuntos”, pero dicha tradición ganó su máxima popularidad luego de las pestes en el siglo XIV y se extendió a toda Europa como una forma de conmemoración y también debido a que los fieles ganaban un beneficio en el más allá, pues se reducía su condena en el purgatorio (recién instituido).6
Por otro lado, para comprender el “Día de Todos los Santos” debemos remontarnos a los primeros tiempos del temprano cristianismo. En estos tiempos, muchísimos hombres defensores de la palabra de Cristo fueron perseguidos por el imperio romano, razón por la cual posteriormente fueron considerados como mártires para la Iglesia Católica y muchos elevados a categoría de santos. Sus huesos (preservados o profanados)7 fueron convertidos popularmente en reliquias a las que se le atribuyeron poderes y cualidades mágicas, de entre las cuales destacaba la intercomunicación del fiel con Dios luego de transcurrida su muerte.8 Era por esta razón específica que los restos de los santos se colocaban muchas veces en el altar, bajo el cuerpo de Cristo. En el siglo XIII la Iglesia aceptó el Concilio de Trento y se estandarizó tanto el “Día de los Fieles Difuntos” como el “Día de Todos los Santos” de forma oficial.4
Las conocidísimos ofrendas de muertos tan coloridas y características, junto con el delicioso “pan de muerto” en México tienen su origen dentro de estas celebraciones también, ya que durante esos días, los templos sacaban sus reliquias para que les fueran rezadas con promesas de absolución y menor estancia en el purgatorio, dicha tradición se adaptó con la elaboración de pan y dulce en los reinos de León, Aragón y Castilla, que imitaban a los huesos de los santos e incluso terminó extendiéndose a Italia donde se crearon los “Frutti dei morti”.9 Estos alimentos eran bendecidos en los templos y colocados en la “mesa del santo” en las casas de los fieles. En dichas mesas se colocaba una imagen del respectivo santo, adornada con los, ya mencionados, alimentos.
Ya en el siglo XVI en una recién establecida Nueva España y durante el periodo colonial, la celebración se continuó celebrando y es en este periodo que los conocidos alimentos de las “calaveritas de azúcar” y el “pan de muerto” de forma primitiva aparecen, pues los alfeñiques (de origen árabe, cabe aclarar) fueron introducidos para la celebración de estas fiestas, aunque sólo eran accesibles para los miembros de la clase más alta. Por esta razón, los indígenas, por sus propios medios crearon sus propios dulces con azúcar derretida y panes redondos con azúcar y huesos alrededor.10
La atribución de los orígenes de esta fiesta como de origen prehispánico son cuestionadas por autores como Malvido (2006). No obstante, los difuntos eran honrados por los antepasados nahuas en el noveno mes de su calendario: Miccailhuitontli en náhuatl y traducido como “Fiesta de los Muertos Pequeños” y la “Huey Miccaihuitl” o “Fiesta de los Muertos Grandes”.
Dichas fiestas estaban ofrecidas a diferentes figuras tales como Huitzilopochtli (señor de la guerra), Tezcatlipoca (señor del espejo humeante) y Mictlantecuhtli (señor de la muerte). En ella se obsequiaban flores, con los cuales decoraban sus templos, se preparaban alimentos y al finalizar su fiesta se ofrecían flores y alimentos a sus muertos, aunque a menudo se podían ofrecer diferentes sacrificios rituales.11
Durán, pasados algunos años de la Conquista, observó que los indígenas habían abandonado su costumbre ofrendar a sus fallecidos en agosto para comenzar a hacerlo el 1 y 2 de noviembre.12 Finalmente y, de acuerdo con Maviado (2006), fue hasta los años de 1930 que la tradición fue terminada de popularizarse por un grupo de intelectuales durante el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas en aras de proporcionar más íconos nacionales.13 Elementos tradicionalmente mexicanos como la flor de cempasúchil y el copal fueron trasladados al ritual ya mencionado y figuras tales como “la Catrina” de José Guadalupe Posada comenzaron a dotar de una extraordinaria y colorida belleza a dicha tradición.
De entre los elementos que encontramos en dicha tradición tenemos las imágenes del fallecido, el incienso, la sal, el agua, la cruz, las calaveritas y el pan como elementos de procedencia eclesiástica. La incorporación de las flores de cempasúchil, nube y alhelí, el copa, la división de la ofrenda en niveles, la preparación de comidas y bebidas favoritas de los fallecidos y el papier maché o papel picado son elementos introducidos posteriormente en México.
Los simbolismos de cada elemento son una guía para el difunto, representadas con la luz de las velas, los aromas agradables del incienso, alimentos y las fotografías y elementos agradables para el fallecido. El copal, la sal, el agua y la cruz por su parte purifican y alejan los malos espíritus, la cruz en esencia remiten tanto a la figura cristiana como a los cuatro rumbos cardinales. Y los niveles de división de la ofrenda representan las divisiones entre el cielo, la tierra y el inframundo.14
El día de hoy, la tradición de Halloween, de adaptación estadounidense, se ve como ajena al Dia de Muertos mexicano, aunque, como lo hemos visto a lo largo de este artículo, ambas comparten raíces y son resultado de una apropiación y sincretismo cultural. La llegada del festejo del Halloween a México hizo temer a muchos por el desplazamiento del tradicional Día de Muertos, pero ambas han podido coexistir sin problema alguno, de alguna forma funcionando como complementarios.
Así, constituida como una tradición Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad establecida por la UNESCO, fruto de cambios histórico sumamente peculiares y enriquecida por mano y voz de un pueblo; la tradición de “Día de Muertos” es la más representativa de México y tiene como figura principal a la muerte, concepto tomado y retomado una y otra vez en la literatura mexicana por su gigantesca importancia en los términos de la cosmovisión de los pueblos prehispánicos, pues esta figura era concebida como parte del ciclo eterno al que estaba sujeta la vida misma. La poesía nahua abunda en el tópico de la intrascendencia y lo efímero de la existencia, pero al final, la muerte es el máximo tipo de ironía filosófica pues es un catalizador para el pensamiento mágico del hombre. La profundización sobre su significado lleva al goce de la vida y, entre flores, dulces y alegría, la muerte se encuentra adornada por la vida en una danza que simulamos cada que noviembre llega, aquí en la bella tierra de México.
REFERENCIAS
1 (1978) “El libro tibetano de los muertos”, nueva traducción, Editorial Troquel, Buenos Aires / 2 (1979) “El libro de los muertos de los egipcios”, Minerva, Madrid / 3 O. Paz, (1967) “El laberinto de la soledad”, FCE, México, pp. 42-48. / 4 Malvido, Elsa (2003) “La Festividad de Todos Santos, Fieles Difuntos y su Altar de Muertos en México”, Patrimonio ‘Intangible’ de la Humanidad”, Patromonio Cultural y Turismo Cuadernos, Nº 16, CONCAULTA, México, pp. 41 – 56 / 5 GLASS, R. (1993), “Seven Decades of Hallowe´en”, Folklore Society News 17 (June). / 6 J. Le Goff, (1981) “La naissance du Purgatoire”, Gallimard, Paris / 7 J.P. Gaery, (1978) “Furta Sacra. The effects of Relics in the Central Middle Ages”, Princeton University Press, Princeton, pp. 35 y 36 / 8 A. Pardo, et al., (1983) “El culto a los santos”, Promoción Popular Cristiana, Madrid / 9 F. Faeta (1989) “Le figure inquiete, tre saggi sul´immaginario folklorico”, Franco Angeli Libri, Milano, pp. 115-158 / 10 Archivo Histórico del Ayuntamiento de la Ciudad de México. En adelante AHACD. / 11 Vela, E (2019) “Miccailhuitontli y Huey Miccaílhuitl”. Arqueología mexicana, Nº 59, México. / 12 DURÁN, Diego, (1967) Historia de las Indias de la Nueva España e islas de tierra firme (dos tomos), México, Editorial Porrúa / 13 C. Navarrete (1982) “San Pascualito Rey y su culto a la muerte en Chiapas”, UNAM, México / 14 Redescolar (s/f) 2 noviembre Celebración del Día de Muertos” Fecha de consulta: 20 de octubre de 2021. Disponible en: https://redescolar.ilce.edu.mx/sitios/micrositios/2_nov_dia_muertos/index.html
*Alan Mac Donald – Ingeniero civil egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, plantel FES Acatlán, donde tomó el cargo de presidente del Capítulo Estudiantil de la Sociedad Mexicana de Ingeniería Sísmica y fue miembro directivo de dos organismos estudiantiles (CE-ACI y CECICM). Aficionado de la mitología e historia universales con especial entusiasmo por la cultura mexicana. Cofundador de diferentes empresas, entre las cuales destaca KÓDEM TCG donde funge como escritor y director creativo. Colaborador en La Voz del Árabe. – Contacto: alan.mac05@yahoo.es
Imagen: LVÁ
La Voz del Árabe (LVÁ) – MÉXICO – Cd. de México, octubre 29 del 2021
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