TLÁLOC DIOS DE LA LLUVIA

-Tláloc fue una de las divinidades más antiguas y veneradas de toda Mesoamérica. Su culto se extendió por gran parte del territorio centroamericano. Fue tomado por los nómadas aztecas, así se llamaban los mexicas cuando acababan de salir de Aztlán, que se instalaron en el lago Texcoco…

Tláloc para los mexicas o Chaac para la cultura maya es una deidad mesoamericana del agua celeste. El nombre Tláloc deriva de tlālli «tierra», y octli «néctar», el néctar de la tierra. Los mexicas lo tenían como el responsable de la lluvia y hacían ceremonias para honrarlo en el primer mes del año. Bernardino de Sahagún y Alfredo Chavero lo describen como el dios del rayo, de la lluvia y de los terremotos.

Tláloc fue una de las divinidades más antiguas y veneradas de toda Mesoamérica. Su culto se extendió por gran parte del territorio centroamericano. Fue tomado por los nómadas aztecas, así se llamaban los mexicas cuando acababan de salir de Aztlán, que se instalaron en el lago Texcoco, asimilándolo como divinidad agrícola. Siguió siendo uno de los dioses fundamentales de las distintas comunidades agrícolas autóctonas, originario de la cultura de Teotihuacan, dada la caída de la ciudad pasó a Tula, de ahí su culto se esparcio entre los pueblos nahuas. Los teotihuacanos tuvieron contacto con los mayas, de ahí que ellos lo adoptaran o lo identificaran en la forma del Dios Chaac. En la cosmología tlaxcalteca, Tláloc se casó primero con Xochiquétzal, diosa de la belleza, pero Tezcatlipoca la secuestró. Tláloc se casó otra vez con Matlalcueye, tiene una hija o hermana mayor que es llamada Huixtocíhuatl.

Como las divinidades mesoamericanas en general, posee una ambigüedad, en cuanto a que es una fuerza suprema en y de la naturaleza: la naturaleza y el cosmos no representan en los términos humanos bondad o maldad, sino más bien un entramado de fuerzas, a veces en equilibrio, a veces en pugna, en ocasiones benéficas para los humanos, otras tantas desastrosas, lo que implica que, si bien es dador de vida, providencia y benefactor, también muestra su faceta destructiva y aniquiladora. Así desciende desde el cielo para fecundar la tierra y poder cultivar la milpa, para germinar las semillas. Así también envía «los relámpagos y rayos, las tempestades del agua y los peligros de los ríos y del mar», dicho en palabras del fraile de Sahagún. Dominaba también las fuerzas destructoras y si así era su voluntad podía enviar granizos, inundaciones, sequías, heladas y rayos fulgurantes o fulminantes.

Era encargado de enviar el agua a la comunidad a través de sus ayudantes, los tlaloques, Tláloc mismo multiplicado y diversificado, manifestado a los humanos como «seres enanos y antropomórficos» -como refiere Juan Carlos Pérez Guerrero-, que desde el interior de los cerros enviaban las cuatro clases de lluvias. Ellos también recibían súplicas y en su honor se realizaban ceremonias y rituales. Alain Musset asevera que, en vez de enanos, son la representación de las montañas que rodean el Valle de México y sobre las cuales parecen formarse las nubes que anuncian la lluvia. Su papel consistía en favorecer la venida de las aguas celestes, pero también protegían a los pescadores y los navegantes.

Tláloc fue uno de los más importantes en el altiplano de México, uno de los más representados y quizás también uno de los de mayor antigüedad del panteón de Mesoamérica. Aparece representado desde la época teotihuacana. Se le manifestaba siempre con unos atributos característicos:

  • Anteojeras formadas por unas serpientes que se entrelazaban y cuyos colmillos acababan siendo las fauces del dios.
  • Una especie de bigotera que no era otra cosa que su labio superior. Se cree que este gran labio era el símbolo de la entrada en la cueva que comunica con el inframundo y que deriva de la boca de las figuras olmecas.
  • La cara estaba casi siempre pintada de color negro o azul, más veces de color verde, para imitar los visos que hace el agua.
  • Llevaba en la mano una especie de estandarte de oro, largo y con forma de culebra, terminado en punta aguda; era para representar los relámpagos y los truenos que acompañan a veces al agua de lluvia.
  • En los dibujos de los códices puede verse que sus vestidos tienen pintados unas manchas que son el símbolo de las gotas de agua.

Tláloc está compuesto en sus representaciones por los tlaloques o dioses de los 4 rumbos. Cada uno de ellos manejaba y era el responsable de una vasija colocada en un rumbo. Cada vasija proporcionaba una lluvia diferente.

La residencia de Tláloc era múltiple debido a la posibilidad de división de la sustancia que lo conformaba, característica que trataremos al hablar de los tlaloques. Su morada se encontraba tanto en el Templo Mayor de Tenochtitlan, como en el Tlalocan, en el interior del cerro que lleva su nombre, el cual pertenece a la cadena montañosa Tlalocan, que separa el Valle de México del de Huexotzinco. Esto no es más que en términos Eliadianos sublimación de la Paradoja de lo sagrado y lo profano. La libertad y poder absoluto que posee la divinidad le permite tomar cualquier forma, así como estar presente en cualquier parte, y viendo la «morada divina» como una extensión de la misma divinidad, con aquella sucede lo mismo.

Una representación temprana del dios de la lluvia se encuentra en Estados Unidos, en los murales que pintó José Clemente Orozco entre 1932 y 1934. En el principio de la narración, se ve al hombre-dios entre deidades principales: Xipe-Tótec, Tezcatlipoca, Tláloc, con cuerpo humano y dos serpientes que forman su máscara.

El Atlcahualo se celebraba del 12 de febrero al 3 de marzo. Dedicado a tlaloque, esta veintena implicaba el sacrificio de niños en cimas de las montañas sagradas. Los niños eran bellamente adornados, vestidos al estilo de Tláloc y Tlaloque. En camillas regadas con flores y plumas, rodeadas de danzantes, eran transportados a un santuario y sus corazones eran arrancados por sacerdotes. Si en el camino hacia el santuario, estos niños lloraban, sus lágrimas eran vistas como signos de lluvias inminentes y abundantes. En cada festival de Atlcahualo, siete niños eran sacrificados en los alrededores del lago de Texcoco en la capital azteca. Ellos eran esclavos o hijos segundos de los nobles.

El festival de Tozoztontli, del 24 de marzo al 12 de abril, igualmente implicaba el sacrificio de niños. Durante este festival las ofrendas eran hechas en cuevas. Las pieles desolladas de víctimas de los sacrificios que habían sido usadas por los sacerdotes durante los últimos veinte días eran colocadas en estas cavernas mágicas y oscuras.

La veintena de invierno de Atemoztli, del 9 de diciembre al 28 de diciembre, también era dedicada a Tlaloque. Este período precedía una importante estación de lluvias y eran hechas estatuas de masa de amaranto. Sus dientes eran semillas de calabaza y sus ojos, frijoles. Una vez que a estas estatuas les eran ofrecidas esencias finas y de copal, y les eran oradas y adornadas, se les presentaba comida.

Posteriormente, sus pechos de masa eran abiertos, sus «corazones» eran sacados y, por último, sus cuerpos eran cortados y comidos. Los ornamentos con que habían sido adornadas se tomaban y se quemaban en los patios de las personas. En el último día de la «veintena», las personas realizaban banquetes.

Una montaña perteneciente a la Sierra Nevada lleva el nombre de Tláloc o Tlalocatépetl. Se trata de una de las cumbres más altas del país, 4120 metros del nivel del mar. En la cima existe un santuario dedicado a Tláloc. Se cree que la localización de este santuario en relación con otros templos de la zona podría haber sido una manera para que los mexicas pronosticaran el clima y calcularan el paso del tiempo.​ Investigaciones muestran de hecho que diferentes orientaciones relacionadas al monte Tláloc revelan un grupo de fechas al final de abril y al principio de mayo, las cuales están asociadas con ciertos eventos astronómicos y meteorológicos. Información arqueológica, etnohistórica y etnográfica indican que este fenómeno coincide con la cosecha del maíz en tierras áridas asociadas con sitios agrícolas.​

El monte Tláloc es el punto más alto de la Sierra del Río Frío que separa los valles de México y Puebla-Tlaxcala. Se eleva sobre dos diferentes zonas ecológicas: prados alpinos y bosques subalpinos. La temporada de lluvias empieza en mayo y dura hasta octubre. La temperatura más alta del año ocurre en abril, al principio de la temporada de lluvias, y la temperatura más baja en diciembre-enero. Hace 500 años las condiciones del clima eran ligeramente más severas, pero el mejor momento para subir a la montaña era prácticamente como es ahora: desde octubre hasta diciembre, y en febrero hasta el principio de mayo. La fecha del festín de Huey Tozotli celebrada en la cima del Monte Tláloc coincide con el momento de mayor temperatura del año, justo antes de peligrosas tormentas que podrían bloquear el acceso a la cima.

El primer relato detallado del monte Tláloc descrito por Jim Rickards en 1929 fue secundado por visitas y estudios de otros investigadores. En 1953 Wicke y Horcasitas llevaron a cabo investigaciones preliminares en el sitio; sus conclusiones fueron repetidas por Parsons en 1971. La investigación arqueo-astronómica empezó en 1984, de la cual mucha continúa sin publicarse. En 1989 excavaciones fueron realizadas en el sitio por Solís y Townsend.

Así, el Templo Mayor, los Cerros Sagrados, o incluso un altar doméstico, no son sino análogos, manifestación o representación del Tlalocán, del Tonacatépetl, de Xochitlalpán que presentan cada cual sus particularidades, pero que son también análogos entre sí, por ser representaciones del axis mundo que sostiene el cosmos, de la matriz universal de donde todo proviene y a donde todo va, así son partícipes de la misma sacralidad, de la misma fuerza, son, sin serlo, lo mismo. La Paradoja de lo sagrado y lo profano, es en sí una ruptura ontológica presente en toda hierofanía, paradoja en cuanto a que lo sagrado, lo intangible, se profana, se vuelve tangible para mostrarse a la humanidad. Esto es parte de la Dialéctica de lo Sagrado, que es parte y fundamento de todas las religiones. A consecuencia de este carácter dual muy fuerte, su culto entró dentro del sistema de reciprocidad de las ofrendas de flores o libaciones diversas, autosacrificio, ofrenda de animales cuando las sequías se dejaban percibir terribles y amenazaban la supervivencia misma de las sociedades, o en el caso de tierras muy húmedas, como las tierras Bajas Mayas, para evitar el exceso de lluvias, huracanes, tempestades o truenos fulminantes, pues si Chaac, Tláloc en maya Yucateco, se enfurecía demasiado, aquellos podían destruir las cosechas, deslavar cerros, desbordar los ríos y arrasar ciudades y pueblos enteros. Los ritos a Tláloc como aquellos dedicados a los Tlaloques se solían realizar en los cerros o en el interior de las cuevas.

La cruz florida fue una evolución del símbolo de Tláloc y fue llamada Cruz de Tláloc; esta cruz surge por una razón: el dios tenía cuatro hijos a los que se denominaba tlaloques, que vivían en cuatro ámbitos del cielo. Tláloc se convirtió en época tolteca en un personaje semihumano, su cara estaba formada por dos serpientes enroscadas, haciendo de marco de los ojos la curva de los reptiles. Las cabezas se proyectan en paralelo y constituyen el labio superior del dios.

El lugar conocido como el paraíso de Tláloc se llama Tlalocán y está situado en la región oriental del Universo. De este lugar procedía el agua beneficiosa y necesaria para la vida en la tierra. Las personas que morían ahogadas o por hidropesía iban a morar a este paraíso. También acogía a los que morían de la enfermedad de la lepra. Se trata de un enclave placentero, donde pueden verse toda clase de árboles frutales, así como maíz, chía, semilla de una especie de salvia que se usa en México como refresco, frijoles y más productos. La vida allí era enteramente feliz. Conocemos la descripción de esta morada del dios gracias a los escritos hechos por el padre Bernardino de Sahagún y otros personajes, que lo oyeron de boca de los indígenas. Algunos siglos después, se descubrió en Teotihuacan un mural en que se veía representado punto por punto esta descripción. Así se pudo conocer de manera gráfica lo que ya se conocía a través de lo escrito.

Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Antropología. Fue hallado en San Miguel Coatlinchán, en el estado de México, en 1964. Este monolito tiene una altura de siete metros y un peso de 168 toneladas. Para su traslado se necesitó una plataforma rodante de 64 llantas. Como dato insólito, justo el día en que se trasladó el monolito, una feroz lluvia azotó a la Ciudad de México. 

El día que Tláloc llegó a la CDMX y se desató una insólita tormenta 

Sala 5: Tláloc – Templo Mayor – https://www.templomayor.inah.gob.mx/salas-del-museo/sala-5-tlaloc

 

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Información: CdMx / Imagen: LVÁ . Agencias        

La Voz del Árabe (LVÁ) – MÉXICO – Cd. de México, noviembre 27 del 2020

 

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