LEYENDA DEL CALLEJÓN DEL BESO
-Esta leyenda de Guanajuato, México, nos enseña que muchas veces dejamos que el orgullo y las restricciones sociales nos ciegan ante cosas tan puras como el amor. Un amor que va más allá de los miedos y prejuicios de las clases sociales, colándose en gestos tan bellos y tan simples como un beso…
Salvador Ponce de León*
Satisfecha la viejecita con el efecto halagador que nos produjo se narración, se acomodó mejor en su butaca y se dispuso a reanudarla; antes llamó a una de sus nietas para que le llevara un mantón, pues comenzaba a soplar un vientecillo fresco propio de la hora. Eran las cinco de la tarde; y aun cuando la terraza rodeada de macetas protegía un tanto el lugar, no lo preservaba completamente de la temperatura que en esos momentos disminuía. A poco llegó una joven como de diecisiete años, alta, blanca, de ojos negros y vivaces, quien con todo cuidado cubrió su abuelita.
—Los amores desventurados —prosiguió— atraen más la atención que los felices, porque estos por su misma placidez no ofrecen ningún fuerte atractivo. En cambio, los amores sujetos a alternativas de dolor y felicidad, de desasosiego, que culminan a veces en el drama, conquistan pronto el interés de quien los conoce.
Lo que voy a contar a ustedes presenta tristes pasajes en el tierno amor que se profesaban dos jóvenes: Ana y Carlos. Ella hermosa y pura como una doncella, frisaba en los veinte años y era cariñosa y única hija. Él, apuesto mancebo como de veinticinco años, alto y fornido, tez morena y carácter arrogante, adornado de las mejores cualidades morales, como la de no adolecer de ningún vicio, y dedicarse con empeño a cumplir con el trabajo que su tío, el escribano, le proporcionaba en su oficina; estimulado, además, con la promesa de que ala muerte de éste, heredaría la escribanía. En esas condiciones conoció a doña Ana casualmente, y como afirman los cuentistas románticos, tan pronto se miraron, un lazo amoroso indestructible ató a ambos.
—¿Se conocieron en alguna fiesta o en algún parque público? —interrumpió a la ancianita.
—No, fue en el mismo callejón que lleva su nombre, que ya visitarán ustedes, y que no me adelantaré a describirles. Es quizás uno de los de más tradición que existen en esta ciudad; es corto, estrecho y un poco elevado, con pequeñas y angostas ventanas y balcones, cubiertos de plantas y flores muy bien cuidadas. El pueblo lo denominó, El callejón del beso, porque creen que los novios, asomados desde ventanas confines, pueden besarse. Sin negar —agregó la viejecita sonriendo con malicia— la posibilidad de que lo hagan, no fue la causa que le dio nombre a tan legendario callejón. Volviendo a la historia: Carlos, a partir de ese momento, pasó con frecuencia por la casa de doña Ana en los atardeceres, porque era la hora en que salía de su trabajo. Y ella, con el mismo afán de verlo se situaba en el balcón, hermosa como una Dulcinea, blanquísima, de grandes y expresivos ojos negros, luciendo un bellísimo y auténtico mantón de Manila que su padre le había obsequiado; de modo que en cuanto pasaba el apuesto galán, ella le regalaba con una encantadora sonrisa.
Así transcurrieron varias semanas, hasta que él se atrevió a saludarla y la joven le correspondió con una amable inclinación de cabeza. Al día siguiente se inició la plática, titubeante al principio, pero cordial, como empieza todo noviazgo y más tarde, como correspondía a dos enamorados, acompañada de dulces frases y promesas de amor. Rápidos pasaron las semanas y los meses, envueltos en las halagüeñas esperanzas de realizar pronto sus dorados sueños ante el altar, contando con la venia de la madre de ella, de doña Matilde, digna y virtuosa mujer que había aceptado con buenos ojos las relaciones de su hija con aquel joven de irreprochable conducta, aunque de escasos recursos económicos. Sin embargo, tenía la opción del padre, que tenía planeado casarla con un amigo suyo, potentado, residente en la Península, a quien Ana jamás había visto. Tal circunstancia hiso pensar a doña Matilde que aquellas pretensiones no tenían más fuerza que la de un vago proyecto, y de acuerdo con los jóvenes, juzgó pertinente comunicarle al padre aquellas santas relaciones, que no habían pasado de meros coloquios al pie de la ventana de su casa.
—¿Y existe todavía la casa en donde se desarrollaron estos hechos? —interrogué.
—La leyenda señala una de las casas del callejón; pero sin que se tenga la certidumbre completa; existen algunas parecidas.
—¿Y tuvo un feliz resultado la entrevista?
—No llegó a efectuarse, lamentablemente, debido a que en cierta ocasión el padre sorprendió a los jóvenes en una amena charla, y después de haber denostado a Carlos severamente, le prohibió que volviera a hablarle a su hija. Por cuanto a ésta, la amenazó que de continuar aquellas relaciones, la recluiría en un convento. Y doña Matilde, excuso aclararles, fue objeto de duras reprimendas. Es decir, aquel idilio prácticamente había quedado roto; no obstante, ninguno de los dos amantes quedó conforme con la actitud colérica del padre, y Carlos decidió reanudar sus relaciones a espaldas de aquél. Ideó, pues, alquilar una habitación en una casa situada frente a la de su novia, en donde había una especie de prestigio a la altura de la ventana, por donde él podría hablar libremente con su novia, sin ser advertido, y fraguar algún plan que llegara a ablandar la voluntad del obstinado padre. Más en cuanto urdían un plan, tan pronto venía por tierra, para dar lugar a otro que les parecía mejor. Así pasaron las semanas, ocultando su noviazgo a la luz del día, y solo viéndose a altas horas de la noche, desde la ventana de la joven y el escondrijo de él, cuando el padre de la doncella estaba entregado al sueño. Mas la desgracia abatió de repente aquel amoroso diálogo, pues el padre habiendo sospechado aquellas misteriosas entrevistas, se levantó furtivamente, sacó de su buró una filosa daga, y ciego de ira se dirigió hacia la ventana; se le interpuso en el camino su esposa, tratando de disuadirlo; más él violentó la escena y llegó hasta donde estaba la joven, quien al ser sorprendida, consternada, pretendió dar una explicación, sin que le diera tiempo, pues el padre le clavó en mitad del pecho aquella aguda arma.
Ana quedó moribunda, boca arriba en el pretil de la ventana, e inclinada levemente a un costado, con un brazo caído hacia el callejón. En ese momento la brillante luz de la luna alumbró tan dramático cuadro, y se vio cómo el joven amante, agitado por el más intenso dolor, tomó, efusivo y asustado, la blanquísima mano de su novia, le imprimió un tierno beso, y dos ardientes lágrimas humedecieron aquella azucena marchita.
Desde entonces, se llamó a esta callecita romántica, El callejón del beso…
*Salvador Ponce de León – Muy joven comenzó a trabajar dentro del periodismo, a la vez que estudiaba la carrera de abogado, que ejerció dentro de la burocracia. Ha sido miembro de la Asociación Nacional de Abogados, de la Asociación Pro Valores Culturales y Científicos de México, de la que fue presidente; de la Asociación Nacional Pro-Educación Antibélica, de la que fue vicepresidente, y miembro fundador presidente y vicepresidente del Colegio de Literatura, dependiente del Instituto Mexicano de Cultura (1962). En la década de los sesenta tuvo a su cargo la sección “México, anécdotas y motivos” en la página editorial del diario El Universal.
La obra de Salvador Ponce de León de la Rúa es didáctica. A través del ensayo y de reflexiones (propias o de otros autores), busca exaltar los valores humanos y patrios, como en Esencias y en Hacia la cumbre. La vida de personajes ilustres, así como las anécdotas de historia patria son, para el autor, ejemplos “que proyectan en las conciencias lo nuestro”. En Guanajuato en el arte, en la historia y en la leyenda se vale del diálogo para describir la ciudad, su historia, las costumbres, el folklore y sus leyendas; mientras que María Enriqueta y su retorno a México recopila una serie de textos de y sobre la poetisa.
Información: “GUANAJUATO. En el arte, en la historia y en la leyenda”. Libro de Salvador Ponce de León. Universidad de Guanajuato, GTO. México, 1973.
La Voz del Árabe (LVÁ) – MÉXICO – Cd. de México, mayo 26 del 2023
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