CHOQUE DE TITANES: LEGITIMIDAD E INFLUENCIA

Históricamente Arabia Saudita e Irán compiten por la hegemonía regional, buscando extender su influencia a nivel político, religioso y económico.

 Laura Tejeda Meza*

 Históricamente Arabia Saudita e Irán compiten por la hegemonía regional, buscando extender su influencia a nivel político, religioso y económico. Hoy en día, las dos potencias de Medio Oriente se oponen en varios escenarios, como en la producción de petróleo y en diferentes conflictos (Siria, Irak, Yemen, Bahréin y Líbano), causando repercusiones a nivel mundial en diversos sectores.

Le rivalidad surge a partir del derrocamiento del régimen pro-estadounidense del Shah de Irán por el Ayatolá Ruhollah Jomeini (1902-1989) en 1979, quien deseaba exportar la revolución islámica shiita a todo el mundo musulmán, proyecto que ha suscitado gran preocupación por parte de Arabia Saudita, que afirma ser el líder del Islam sunita. Sin embargo, Irán nunca logró exportar su revolución con excepción del Líbano, donde el partido político Hezbollah pro-iraní se ha convertido en una fuerza política innegable en el país.

El turbante negro del Ayatolá Jomeini indicaba que era un seyyed, lo que quiere decir que tenía ascendencia de la familia del Profeta Muhammad, vía el imam Musa al-Kazim (séptimo imán shiita perteneciente a la rama de ‘Ali, primo y yerno del Profeta). En cuanto a los al-Saud, no tienen esta prestigiosa ascendencia, según un artículo del periódico suizo Le Temps de abril 2016, lo que genera una preocupación más, esta vez en cuestión de legitimidad para ser guardianes de las dos ciudades más sagradas del Islam: La Meca y Mediana.

Esta rivalidad ha tomado una nueva dimensión desde la «Primavera Árabe» en 2011, generando mayores enfrentamientos entre los dos países por medio de otros países, entre ellos Siria, Bahréin y Yemen. Es gracias al apoyo de Arabia Saudita que el gobierno de Bahréin se mantiene a la cabeza, ya que ayudó a oprimir la rebelión del pueblo, mayoritariamente shiita, en contra de la familia real sunita.

En Siria, Irán es el principal apoyo militar y financiero de Bashar al-Assad (un miembro de la comunidad alauita que a su vez es una rama del shiísmo), mientras que Arabia Saudita apoya a los grupos de oposición, en su mayoría sunitas.

Más recientemente a partir de marzo 2015, Riyad organiza y encabeza una coalición de países de apoyo al presidente de Yemen, Abd Rabo Mansour Hadi, derrocado por los Houtistas, una rebelión de obediencia zaidi (una corriente del shiísmo), a quienes presuntamente Teherán apoya.

La situación se acentuó a partir del acuerdo del 14 de julio 2015 sobre el tema nuclear iraní, el cual permitió a Irán regresar al juego diplomático internacional, debido al levantamiento de las sanciones internacionales.

A pesar de la fachada, el conflicto entre el Reino de Arabia Saudita y la República Islámica de Irán es principalmente de índole política. Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo han disfrutado de una demonización de Irán por las potencias occidentales desde la revolución islámica (debido a que dio fin a la monarquía pro-americana del Shah de Irán, a favor de una república teocrática independiente de las influencias de los E.E.U.U. y por acercarse a otras naciones tales como Rusia en materia de energía nuclear), lo que les permitió colocarse como aliados privilegiados de los intereses occidentales en Medio Oriente. Una posición que goza de muchos favores excepcionales y garantías militares de parte de los EE.UU. y de algunos países europeos. Después de los sucesos del 9/11, y a pesar del origen saudí de Ben-Laden y de la mayoría de los terroristas que llevaron a cabo los ataques (15 de 19 terroristas), E.E.U.U. mantuvo a Irán como uno de los pilares del «eje del mal» sin condenar, o incluso mencionar, a Arabia Saudita –el caso de  las “28 páginas” de la investigación de este ataque–. Por lo mismo, se le proporciona una gran tolerancia con respecto a su ideología religiosa wahabí, conocida por su rigidez, y la cual no pierde oportunidad de ser exportada, sobre todo a través del financiamiento de asociaciones e instituciones islámicas alrededor del mundo, a través de fondos públicos o privados. Sin embargo, con la normalización de las relaciones entre las potencias occidentales e Irán, Arabia Saudita teme que su posición privilegiada se vea amenazada.

Todos esto se traduce en que esta rivalidad no es realmente cuestión de religión, sino de política y poder en ambos casos, ya que las doctrinas religiosas de ambos países puede que sean inspiradas en el islam, pero han evolucionado cada una por su lado respecto a intereses diferentes, al principio religiosos, sobre todo en materia de derechos de la mujer.

A principios del 2016, las relaciones diplomáticas entre los dos colosos de Medio Oriente se rompieron por segunda vez en su historia, siendo la primera el resultado de choques violentos entre peregrinos iraníes y las autoridades de Arabia Saudita durante la peregrinación a la Meca de 1987, y la cual duró hasta 1991.

Esta segunda ruptura fue el resultado de la vandalización e incendio de la Embajada de Arabia Saudita en Teherán, generada por radicales en protesta por la ejecución en enero de este año del Sheikh shiita saudí Nimr al-Nimr, un crítico de la dinastía de los al-Saud, y quien había sido condenado a muerte en octubre 2014 por sedición, desobediencia al rey y uso de armas de fuego, por un tribunal de Riyad. Cabe mencionar que la ideología del Sheikh era pensada y medida; en efecto, se oponía firmemente al régimen de Bashar al-Assad: según el periódico L’Orient-Le Jour al-Nimr, él declaró que «La opresión está prohibida. Usted es shiíta (dirigiéndose a Bashar al-Assad), no maltrate a los sunitas (…) Si maltrata a los sunitas, Dios no lo amará. Maldición a la víctima que se convierte en opresor. La familia Assad en Siria es injusta, el shiismo no los reconoce. No defendemos a los opresores, sean quienes sean».

La reacción de los otros países árabes no se hizo esperar: Bahréin y Sudán también rompieron relaciones diplomáticas con Irán. Desde la llegada al poder del rey Salman bin Abdulaziz al-Saud, Jartum ha tratado de acercarse a Riyad, a los países del Golfo y a Egipto con el fin de romper con su aislamiento. Posteriormente le siguieron Kuwait, Djibuti, Somalia y Egipto. Éste último, no ha tenido relaciones con Teherán desde 1979.

Con una solidaridad más medida, los Emiratos Árabes Unidos y Comores llamaron de regreso sus embajadores y han reducido sus relaciones diplomáticas.

Túnez, que firmó un acuerdo de cooperación turística con Teherán en diciembre 2015, se limitó a recordar la necesidad de garantizar la protección de las misiones diplomáticas. Marruecos, por su parte, y a pesar de ser cercano a Riyad, condenó enérgicamente el ataque a la embajada saudí sin poner fin a sus relaciones diplomáticas con Irán, las cuales habían sido restauradas a finales de 2014 después de haber sido rotas en 2009.

En cuanto a Argelia, “siempre ha sido cercana a Irán debido a que las estructuras de Estado y las formas de pensar son afines, siendo el único país del mundo árabe que tiene suficiente independencia y peso para jugar un papel de mediador”, según Bernatd Hourcade, especialista de Irán citado por un artículo del semanal Panafricano Jeune Afrique (publicado en París). Por otro lado, el jefe del partido libanés Hezbollah, Hassan Nasrallah, acusó a Riyad de «terrorismo», así como también recalcó que «hay que tener cuidado de no convertir la cuestión en un conflicto sunita-shiita», según un artículo del periódico libanés An-Nahar.

Para el panorama internacional, esta ejecución llegó en el peor momento, debido a que Washington y Moscú parecían haber encontrado un punto medio para trabajar en conjunto en el expediente de la guerra en Siria y en la formación de una coalición para atacar a Daesh. Dicho acuerdo no pudo ser llevado a cabo sin el apoyo y cooperación de las potencias medio orientales. Esto sin mencionar que el contexto regional, y sobretodo económico, no es favorable a este tipo de medidas, las cuales conllevan por su naturaleza importantes reacciones y consecuencias a nivel nacional e internacional. Primero que nada, el Reino Saudí está involucrado en dos conflictos: uno en Yemen y otro en Siria. Además, por si fuera poco, Arabia Saudita está viviendo un momento de crisis financiera que lo llevó a la creación de un plan de austeridad, debido a la caída del precio del barril de petróleo.

En general, Arabia Saudita teme de manera casi paranoica la expansión de la influencia irano-shiita, mientras que, en general, las poblaciones shiitas simplemente exigen ser tratados con los mismos derechos que los sunitas, o sea, ser tratados como ciudadanos y humanos a parte entera. Cabe mencionar que, si bien esto sucede en la mayoría de los casos, a través de la historia ha habido casos contrarios, como lo sucedido en Irak tras la caída de Saddam Hussein, pues los elementos del gobierno de Saddam que eran sunitas se vieron relegados de sus puestos, además que el nuevo gobierno emprendió una verdadera limpieza étnica, vaciando barrios enteros de Bagdad de sus residentes sunitas.

Recientemente hubo un nuevo intercambio de agresiones verbales entre ambos países, pero esta vez con la ayuda del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien acusó a Irán de apoyar al terrorismo y de atizar el fuego del conflicto confesional, durante su tan esperado discurso sobre el Islam. Esto en vez de contribuir a la paz en la zona, exacerba las tensiones, alejando las posibilidades de todo tipo de solución.

*Laura Tejeda Maza: Licenciada en Estudios Árabes y Maestra en FLE, ambas realizadas en Francia. Políglota y redactora en tres revistas, entre las cuales se cuenta La Voz del Árabe. Aborda diversas temáticas sobre Francia y Mundo arabo-musulmán.

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La Voz del Árabe (LVÁ) – EDITORIAL – Cd. de México, diciembre 27 del 2017

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